Le vie del Signore
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4 Novembre 2007
SANTO DOMINGO DE GUZMAN
« PATRON DE LA NUEVA EVANGELIZACION »
¿POR QUE?
“Nos visitó aquel que viene de lo alto (Lc 1, 78) y resplandece a cuántos yacían en las tinieblas. Para esto también nosotros, debemos ahora caminar apretando las antorchas y correr llevando las luces. Así, mostraremos que la luz nos resplandece y representaremos el esplendor divino de quién somos los mensajeros” (De los Discursos de San Sofronio, obispo)
Las monjas dominicas en ocasión de su VIII centenario de fundación desean hacerse promotoras ante Su Santidad Benedicto XVI de la petición de proclamación de su Santo Padre Fundador como “Patrón de la nueva evangelización”.
La iniciativa, que parte del Monasterio de la Santíma Trinidad de Castelbolognese (Ravena), ha obtenido ya el consentimiento de un número considerable de monasterios en Italia y en el exterior, incluyendo los Estados Unidos.
Les hacemos dar cuenta que, en nuestra petición, debemos ser motivadas del reconocimiento y de la individualización de las cualidades propias de la personalidad de Domingo, para que las acciones de apoyo a esta solicitud no tengan que aparecer como fruto de una regurgitación sentimentalista y… partidario. Precisamente para este reconocimiento es el semblante de este escrito.
El problema de la predicación
Sabemos bien que en la maraña de la opción hecha por Domingo de la vida apostólica, está el problema de la predicación, misión fundamental del obispo desde los orígenes; en un momento dado, por una serie de razones históricas, la predicación se tuvo que confiar a predicadores auxiliares. Esta descentralización de las prerrogativas episcopales llevó a la formación de grandes personalidades de predicadores, no pocos de las cuales, sin embargo, siempre por razones históricas muy notorias, terminaron ejercitando la predicación fuera de todo control, con la conversión de los disidentes y de los autenticos heterodoxos. La Iglesia mientras que de un lado impulsaba a los obispos a ser más diligentes, por otro lado, siempre iba confiando mas en personalidades fuera de lo común, provenientes del clero secular o regular (Peter el ermitaño, Norberto de Xanten, fundador de los premonstratenses, Bernardo de Chiaravalle, por citar algunos). Todos estos predicadores trabajaban individualmente.
Ahora demos la palabra a M. Roquebert autor de una biografía de Santo Domingo publicada en 2003 y la edición italiana en 2005. “Quisiera simplemente narrar a Santo Domingo […] seguir de año en año el destino de un hombre de la inteligencia que destella y de la voluntad prodigiosa, a las luchas con la crisis espiritual más seria que la iglesia había conocido antes de la reforma. Un hombre a quien […] la Iglesia le debe la creación de un modelo que antes de él no existía, aquello del religioso que une el ideal de la vida evángelica, la elocuencia del predicador y la más alta ciencia filosófica y teológica”. Santo Tomás es seguro aquel que más que cualquier otro ha encarnado éste modelo, pero Domingo lo ha creado: el modelo aún “terriblemente” actual y válido.
De Santo Domingo M. H. Vicarie o.p. dirá que “era esencialmente un apóstol y sabía hacerse todo en todos”. El siente que el Señor lo llama a ese tipo de apostolado, ahora para él tienen un significado tantos años pasados en el silencio y en el estudio. “El Señor – dirá P. P. Pilastro o.p. - había preparado su instrumento […] con suavidad y fuerza”.
La Orden de los Frailes Predicadores
Sabio, Domingo quiere sabios a sus frailes. Envía a sus primeros compañeros para escuchar las lecciones de Alexander Stavesnby y, cuando “dispersó a sus pocos frailes” les envío como destinaciones principales a París y Bolonia, cuyas universidades eran las mas renombradas de Europa: estudiarán las artes liberales, derecho y la teología.
Dos son las grandes innovaciones de Domingo en la historia de las instituciones religiosas: la primera es haber concebido la idea de una nueva Orden dedicada totalmente a la predicación y a la enseñanza, Orden itinerante con la facultad de predicar en todas las diócesis del mundo y bajo la inmediata jurisdicción de la Santa Sede; por la primera vez en la historia de la Iglesia la misión canónica sin la cual no se puede ser auténtico predicador del evangelio, no será mas conferido por el obispo, sino en vigor “de una incorporación a una sociedad explícitamente aprobada al respecto por el Papa” (Vicarie, p. 333).
Esta idea no encontraba parangon entre las órdenes hasta entonces conocidas. Recordemos que entre 1217 y 1221 Honorio III insertará en las bulas que irá multiplicando en favor de los Predicadores, fórmulas cada vez más explícitas. Nosotras la definiremos hoy como una especie de escalada para “… dilectis filiis… predicatoribus” que expresaba el nombre de los frailes, pero no aquél de la Orden (1217) a los Frailes de la Orden de Predicadores (1218).
Domingo así hacía suyo el proyecto ya acariciado con Diego de Aceves: constituir un grupo selecto de predicadores que debería defender el evangelio por medio de la imitación de los apóstoles y cumplir aquella que es la misión esencial de los sucesores de los mismos apóstoles: proclamar la esencia del evangelio, porque al centro de ella esta el anuncio del Dios misericordioso. La gran novedad de esta misión fue constituida del hecho de que venía delegada de manera permanente a toda una comunidad, a sus miembros futuros y por siempre. La voluntad exacta de Domingo y de sus compañeros era la imitación de los Apóstoles y el punto de apoyo de la regla apostólica era la pobreza que el Santo consideraba también una liberación espiritual: una pobreza que implicaba la mendicidad.
La segunda innovación es aquélla que se ha precisado ya: la importancia determinante atribuida al estudio como componente esencial de la vida espiritual. La formulación dada por Domingo a la vida religiosa es la proyección de su misma experiencia personal. Para ser eficaz la predicación debe fundarse sobre bases sólidas: la necesidad de estudiar se convierte para el Santo esencial, no tanto por sí mismo, que ciertamente ya disponía de un buen bagaje intelectual, cuanto para sus hermanos.
También más allá de la controversia anticatara él piensa que el arma preferido del predicador es un firme y profundo conocimiento de las Escrituras. Acentúa Roquebert: “Será la gran novedad de la obra de Domingo: unir al ejemplo de la vida apostólica, una palabra evangélica fuertemente garantizada por el conocimiento. Ciencia y pobreza. Pobreza, mas ciencia”.
Domingo y la nueva evangelización
“La evangelización, anuncio del Reino, es comunicación”. Asi se pronuncian en Puebla (1979) los obispos latinoamericanos. Y con Juan Pablo II la conciencia de la importancia de la comunicación ha crecido. Pero, ya en la Miranda Prorsus (1957), en el decreto conciliar Inter Mirifica (1963) y sobretodo en Communio et Progressio (1971) la Iglesia ha mostrado haber dado pasos hacia adelante destinados a comprender la comunicación como fenómeno socio-cultural y como industria cultural, como también señala la instrucción pastoral Aetatis Novae (1992).
Un compromiso de grande alcance para la iglesia consiste hoy en percibir los desafíos que emergen de la cultura actual. De las reflexiones sobre el problema salen tres “modelos” de comportamiento, que van de una actitud que algunos definen defensiva y apologética, que reconozca la necesidad de los medios de comunicación y de su función social, conservando, sin embargo, la sospecha y la desconfianza en la confrontación de los mismos medios y de los comunicadores, a una otra actitud juzgada instrumental, caracterizado del reconocimiento de que los instrumentos de la comunicación social pueden permitir a la Iglesia conectarse más eficazmente con el mundo, pero, funcionando como simples amplificadores de los contenidos de las cuales la Iglesia es depositaria; perspectiva absolutamente utilitaristica de los medios, que opone resistencia a aceptar la autonomía que tiene el fenómeno de la comunicación moderna la cual tiene su propio lenguaje, una propia lógica y un propio dinamismo del tipo socio-político y cultural.
La actitud más constructiva parece ser aquello que reconoce en la comunicación a uno de los ases portadores de la sociedad actual y que desearía una presencia de la Iglesia sin preconceptos, tenso en caracterizar la elección de la estrategia correcta, en cuidar la capacidad de sus profesionales, excepto dejando “obviamente la confianza de que el Señor obra a través de su gracia en todos los espacios donde esta el hombre”.
Existen, después, problemas más concretos e inmediatos cuales como la elección de las personas adecuadas, una cierta dificultad de parte de una pastoral de la comunicación que logra con dificultad despegar, problemática ligado a un uso todavía incorrecto de los recursos humanos y financieros, también, porque la comunicación no es por ahora una prioridad en la Iglesia. El problema número uno parecería ser aquello de la profesionalidad: “se exige un alto nivel de competencia por parte de todos aquellos que se empeñan en este campo, sean ellos sacerdotes, religiosos y laicos”. Se trata de hacer que la Iglesia utilice de manera adecuada a los católicos mas idóneos para este servicio de la comunicación, abarcando a aquellos que trabajan en los medios no confesionales.
Pero, el problema de fondo parece en cambio ser representado por una realidad que viene indicado a menudo como la perspectiva de la eclesiología que envía de nuevo a una relación Iglesia-mundo anterior al Concilio Vaticano II. Tal perspectiva puede ser resumida así: “la iglesia es la única depositaria de la verdad y a ella pertenece por la capacidad y el derecho, de determinar los valores morales que deben valer en la sociedad”. Ahora, hay quién no ve que éste no es una perspectiva eclesiológica tradicionalista y retrógrada, pero, un punto neuralgico de la Doctrina. Se afirma que no debemos ceder frente a la exigencia del mercado y frente a la lógica consumista en la cual se mueve el sistema de los medios, pero, se concluye que la Iglesia debe proponer las empresas exitosas que tenemos en el campo de la comunicación. Las propuestas positivas son indudablemente atractivas, sin embargo, las dificultades son grandes y reales.
Es aquí en nuestra opinión que se puede tomar un paralelo, obviamente mutatis mutandis, y una justificación para nuestra propuesta de “asumir” a Domingo de Guzmán como Patrón de la nueva evangelización que en buena parte parecería destinada a identificarse con la comunicación que utiliza las tecnologías mas avanzadas.
También, Domingo en su tiempo se encontró frente a la dificultad aparentemente casi insuperable: el primero de todo, aquello que Roquebert llama la crisis más seria de la cristiandad antes de la reforma, o sea la herejía cátara; después, la resistencia de la jerarquía, cada vez menos capaz de responder a la llamada del Papa solicitando un mayor compromiso en la predicación, pero, resuelta a oponerse a las innovaciones que parecían amenazar el monopolio de la evangelización. Domingo es hombre de su tiempo y su tiempo no conoce los instrumentos tecnológicamente avanzados, su época es una época que ve al hombre con las manos casi todavía vacias. Los medios de comunicación para Domingo son aquellos indicados por San Gregorio: verbo et exemplo. Podemos afirmar que para su época Domingo ha sido un “mago” de la comunicación, convencido también él con muchos siglos de ventaja, que: “no es Iglesia si no sabe comunicar”. Citemos de Vicarie cuando afirma un oyente, un destinatario de la comunicación de aquel momento: “cuando él predica tiene los enfasis asi conmovedores que muchas veces […] mueve al llanto a cuantos escuchan ” y, acentúa Vicarie “ Domingo tiene un arte verdadero en encontrar las palabras que confortan y consuelan […] su dulzura y su comprensión lo hacen amable para todos, ricos y pobres, hebreos e infieles.
Si no temiéramos de aparecer blasfemos diríamos: un verdadero anchorman. Naturalmente viene del hecho de observar que el Santo Padre es amable porque ama. Y su objetivo en comunicar no es tanto la audiencia, sino la salus animarum per caritatem veritatis. Esa verdad que él quiere en el blason de su Orden, verdad de los cuales la Iglesia justamente continúa considerándose depositaria.